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II Domingo de Cuaresma
marzo 16
Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. (Lc 9, 28b-36)
Contemplar la gloria del rostro de Dios en la humanidad de Jesús,
sabiendo que él comparte nuestra humanidad y nuestras
tentaciones. Jesús se nos presenta resplandeciente para iluminarnos
con la luz de la verdad de Dios. Esta verdad pasa por la cruz,
y pide de nosotros una mirada limpia para contemplar su rostro
con la esperanza de que caminaremos en su presencia en el país
de la vida. El rostro transfigurado de Jesús es el rostro misericordioso
de Dios. Solo con nuestras fuerzas no podemos contemplar
su rostro, nos tenemos que dejar guiar por la gracia que se
nos otorga en la vida espiritual de los sacramentos y la oración.